lunes, 2 de julio de 2007

Trazos egoístas




Trazos egoístas, caprichosos y tortuosos, como si la infinita soledad del hombre fuera el motor de impulso de Edvuard Munch en su obra El grito. Una pintura ensimismada que nos deja ver a un personaje perdido y sumergido en su mundo. Un mundo de angustia y desamparo. Su rostro no tiene facciones, sólo líneas tenues sin vida, que encierran un sordo grito. La realidad lo aterroriza y él parece clamar piedad, tranquilidad.
Indolentes a unos metros en el muelle, se encuentran dos individuos a los que parece la vida no les da ningún pesar.
El cielo de nubes encendidas pelea y se aleja del gastado y molesto mar, mientras sus colores son un remolino que se esconde detrás de un áspero gemido.
Color, vida mezclada con angustia. Munch nos lleva al mundo interior de un personaje; Pablo Picasso en cambio con Guernica nos traslada a un lugar con hedor de sangre.
Desolación y brutalidad fluyen en los amargos trazos que se confunden por el horror de un bombardeo. El color no existe, la muerte ha arrebatado todo indicio de vida.
En el suelo yace un cuerpo incompleto con suspiros de batalla, al tiempo que una madre llora por el futuro furiosamente arrebatado. Un desorientado caballo es víctima de lo ocurrido mientras un petrificado toro observa lo sucedido.
!Auxilio¡ parece decir la mujer que está en la puerta con los brazos extendidos hacia su dios. En tanto es adelantada por un sobreviviente que persigue la calmada luz de una vela que busca al parecer vida.
Heridas, emociones y palabras pintadas, consecuencia de la ambiciosa alma humana.



14 de abril de 2003

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